viernes, setiembre 02, 2005


3.
El sábado habían salido. Se habían reunido en Miraflores. Carolina lo había abrazado al verlo llegar, estaba segura de que debido a algún inconveniente el encuentro sería infructuoso.
- ¿Cómo estás?
- Bien, muy bien.
Carolina y Mario no se conocían casi, habían hablado un par de veces en el salón, en la universidad, pero nunca habían entablado alguna relación seria o alguna amistad importante o incluso comprometedora. Habían intercambiado mails, por eso estaban allí, parados frente al cine Pacífico.
Pero Mario estaba pálido. Tenía el pelo largo, amarrado en una cola que le caía por la espalda. Una barba incipiente y un sobretodo marrón que cubría el resto de su ropa. Carolina estaba vestida con un jean y una casaca de polar verde, una chompa y una chalina de varios colores que hacía juego con lo demás. Mario había sabido apreciar en otras oportunidades aquel olor de Carolina (olor a colonia, o a perfume, o acaso era su olor natural) que quedaba impregnado en su ropa. Alguna vez, en clase, Mario se había sentado cerca de ella y había percibido un poco de ese olor.
- Te ves mal.
- ¿En serio?
- Sí, te ves muy mal.
Carolina tomó a Mario con ambas manos y lo abrazó a la altura del cuello.
- Pobre. Sé como te debes estar sintiendo.
Una vez, cuando Carolina hacía un trabajo para la universidad, se había encontrado a Mario y a una chica caminando por la avenida Arequipa. Estaban tomados de la cintura y se abrazaban, se daban besos que duraban minutos enteros parados en una esquina, uno al borde de la acera y otro ya en la pista (Mario era unos cinco centímetros más alto que ella) mientras se decían cosas al oído, cosas que ha Carolina le fue imposible escuchar.
El lunes siguiente, antes del examen final, Carolina junto a otra de sus amigas le dijo:
- Te vi.
- ¿Dónde?
- En la avenida Arequipa.
Mario se ruborizó.
- Sí.
Y en seguida:
- Estaba muy bien acompañado. No sabes. No dejaba de besarla.
La chica estudiaba en la misma facultad que ellos. Estaba un par de ciclos atrás, y Carolina y sus amigas apenas la conocían como esa chica de rulitos. La chica era bonita. Un día, en vacaciones, Mario le habló a Carolina por Internet y le dijo:
- Sí. Pero es horrible. No va a durar.
Mario era un tipo alto y de pelo largo. Se decía a sí mismo escritor, artista, paria o nadie esta a mi altura o simplemente, soy un genio. Todos decían que se vestía así porque estaba loco (así loco, a secas) y porque era escritor. Otros decían que no, que eso era un fraude. Que dentro de su sobretodo marrón tenía todo tipo de drogas que vendía a chicos listos en el baño. Una vez, años atrás, Carolina (que lo conocía tan solo de vista) se había percatado de él parado junto a “La casita”, frente al parque Kennedy, con su sobretodo marrón durante el invierno, comprando churros, ofreciéndoselos a lo que podría ser su sobrino y le decía:
- Oye, chibolo. ¿Quieres? Ven, sino no te doy nada -mientras comía churros. Entonces a Carolina le pareció guapo. Le pareció interesante el escaso dialogo que tuvo con el niño (quien se tapó la boca en signo de admiración, y se acercó donde él y le dijo: qué es churo) y lo reconoció entonces como el chico intelectual y aparentemente drogo que para de un lado a otro en la universidad, como todo el mundo, y que se aleja todas las tardes en distintas direcciones.
El caso es que aquella tarde, durante las vacaciones de invierno, Carolina esta parada junto a él, y le dice:
- Pobre, sé como te debes estar sintiendo...
La chica con la que salía (aquella chica de rulitos, pequeña, de cuerpo delgado y lentes de montura gruesa) lo había abandonado. Lo había dejado. Lo había echado a la basura. Pero Carolina entonces no estaba segura de nada. Ni la naturaleza de aquella desdicha (la naturaleza clara, lo del abandono era obvio) ni la naturaleza de aquel chico con los ojos rojos y sonrisa y pelo desordenado a la altura de los hombros, con la apariencia de no haber dormido, de no haberse duchado.
Habían quedado en ver la última película de Woody Allen, pero en lo que ahora es el cine Pacífico aquella película no está en cartelera, así que sin tomar en cuenta otras opciones, Carolina y Mario salieron del cine y se dirigieron calle abajo en dirección al malecón.
- Más tarde vamos a Barranco, ¿qué te parece?
Carolina no tenía planeado a ir a ningún lado después de Miraflores. No lo iba a hacer. Sin embargo, dejó que Mario siguiese hablando:
- Me van a estar esperando allí unos amigos...
Mario se detuvo, miró a ambos lados. A la altura del puente Villenas dejó por fin de caminar. Dijo entonces que la había estado pasando muy mal. Habló de los días posteriores al abandono. Días interminables, dijo. Dijo que era como el síndrome de abstinencia. Que mientras estaba ahí parado era horrible saber que ella estaba en otro lado, tal vez pensando en él. Habló de cosas raras. Dijo que no podía escribir, ni leer, que lo único que hacía durante todo el día era ver televisión y comer. Ver televisión y pensar en ella. Dijo finalmente que no le dolería tanto si no estuviera dentro de él. Si no la llevara en las venas.
Carolina lo sintió entonces en el corazón como nunca lo hubiera sentido con otro extraño (aunque no era un extraño del todo, era el chico raro del salón) y acomodó el pelo desordenado de la cabeza de Mario. El la miró como un chico de primaria, con el uniforme hecho pedazos de tela pardusca, por momentos casi amarilla, que se enamora fácilmente de la chica de pelo ondulado que camina por sus sueños pero que en la realidad es (en la dura realidad es) una persona completamente distinta a la que él se imagina.
Entonces Carolina pensó que era muy fácil. Tan fácil que es hacer una buena acción durante el día. Tomó a Mario de la camisa y lo llevó por el parque Kennedy. Le dijo que había cosas peores. Le dijo que no sabía exactamente de qué iba el asunto, pero que de seguro, si ella lo quería (algo que Carolina dudaba, lógicamente) si ella lo quería de verdad, volvería. Pero eso no iba a suceder. Lo sabía Carolina, y en parte, Mario también lo sabía.
Entonces Carolina dijo:
- Tengo hambre, vamos a comer algo.
Y no fueron al cine. Mario pensó en un café. Carolina lo convenció de entrar en un lugar árabe. Estaba frente al parque Kennedy. Solo servían comida árabe. Mario pidió un café. Carolina pidió un sandwich falafel, una cosa llena de verduras con lo que parecen ser bolas de garbanzos tostados. Se comía con una especie de mayonesa aguada.
- ¿Qué tal está?
- Es riquísimo. ¿Quieres probar?
- No gracias. No tengo hambre.
El mozo llegó con el café de Mario. El local estaba lleno de extranjeros. Encima de sus cabezas había un montón de pipas extrañas, de ésas pipas que usan los árabes para fumar solo Dios sabe qué cosas. Mario veía esas pipas intrigado. Carolina le contó que una vez habían sacado unas de ésas pipas y se habían puesto a fumar. El olor era insoportable. Una chica de negro bailaba canciones árabes moviendo las caderas, como en El clon.
- ¿Te acuerdas de El clon?
- Sí. La telenovela brasilera.
- Aja. ¿Te acuerdas como bailaban?
Carolina empezó a mover las caderas.
- Así, ¿ves?
Mario se preguntó entonces qué mierda estaba haciendo allí. Miró otra vez las pipas, y miró otra vez a Carolina moviendo las caderas, explicándole algo acerca de un personaje de El clon que efectivamente era un clon.
- ¿Me estás escuchando?
- Claro.
Mario se preguntó qué mierda estaba haciendo allí.
Carolina terminó de comer. Sonrió, y en seguida quedó mirándolo. Era un buen tipo. Un poco raro, pero era un buen tipo. Lástima que la chica lo haya dejado. Carolina sonrió. Mario no dejó de pensar en la chica de pelo ondulado. Sin embargo, Carolina era muy bella. Había algo en la expresión de su rostro, algo muy difícil de explicar.
Pero la chica de pelo ondulado brillaba. En el recuerdo de Mario aquella chica ocuparía siempre un lugar muy cerca a su corazón. Y quizás también Carolina, y otras muchas chicas más, que descubriría con el pasar de los días.
¿Cómo estar seguro de algo?
Entonces Carolina le preguntó:
- ¿Qué pasó con ella?
- Con quién.
- Con la chica de pelo ondulado.
- Se fue.
- A dónde.
- Simplemente se fue.
Mario bajó la mirada. Le dio un sorbo a su taza de café, derramando un poco a los costados. En seguida le devolvió la mirada y ella puso su mano junto al cenicero. Fue cuando Mario pensó que Carolina no estaba nada mal. Quizá un clavo sí saca otro clavo, pensó, quizá nadie tiene la culpa de nada y todo es un artimaña cruel del destino...
- De qué te ríes.
Mario no pudo evitar mirarla una vez más y soltar una risa.
- Era algo imposible, ¿entiendes? Algo sin posibilidad de supervivencia. La cosa estaba realmente complicada. No pudimos hacer nada, y al final ella terminó cediendo. Dijo que era lo normal.
- ¿Qué cosa era normal?
- Esto, separarnos. Ella admitió que la iba a pasar mal. Dijo que me amaba y que nunca antes había amado a alguien así. Y era como para creerle. La conozco desde que tengo uso de razón así que...
- ¿Desde que tienes uso de razón?
- Digamos que somos amigos de la infancia.
- Ah ya.
- Y sabes lo difícil que es a veces sacarte a alguien de la cabeza.
- De hecho pues...
Entonces se quedaron callados. Carolina pensó en que, al final, no tenía nada claro. Se preguntó qué tamaña tontería estaría ocultando Mario. Le pareció aburrido.
- Todavía podemos ir al cine, si quieres -dijo Mario.
- No. Además, ¿qué iríamos a ver?
- Podemos ver “La guerra de los mundos”.
- No seas idiota.
- Por qué.
- Me han dicho que es malísima.
Carolina y Mario negaron con la cabeza. Luego el mozo se acercó, saludó a Carolina, recogió las cosas de la mesa y se fue. Luego pidieron la cuenta. Ambos, Carolina y Mario, pagaron su parte. Al final, Carolina dejó un sol de propina.
- Siempre vengo a este lugar con mi enamorado -dijo.
Mario continuó caminando.
- ¿Tienes enamorado?
Carolina asintió.
- Sí. Hace dos años.
Continuaron caminando.
- Por qué no me lo dijiste.
- No me pareció importante.
Luego, después de un rato en el que no se miraron las caras, Carolina miró el pasto, la vereda gris que se alargaba.
- ¿Podemos salir mañana? -Preguntó Mario.
Y Carolina:
- No lo sé.
- ¿Por qué?
- Tengo muchas cosas qué hacer..
Carolina se arregló el pelo. La chalina. Dijo que ya era tarde (había empezado a caer la noche) y tenía que regresar a su casa cuanto antes. Al final, antes de tomar el micro, Carolina dijo:
- OK, trataré.